Nivel del río Magdalena bajó 8 metros

Los más de 18 mil habitantes de El Piñón, casi que en su mayoría dependen del río Magdalena. Para salir y entrar al municipio por vía fluvial. Para pescar cuando sus niveles se dejan apreciar, para el riego de los cultivos, el abastecimiento de la población y los animales, o para lamentarse, como en este caso, porque está herido de muerte.

El río es como un forastero que empieza a despedirse del pueblo, cuando en realidad no quiere irse, y ese proceso protocolario y cortés se prolonga más de lo normal. Pero en el caso de este afluente, las circunstancias lo obligan y el bajo caudal y las notables lomas de arena y maleza que aparecen de repente, hacen darle la espalda al pueblo y alejarse y alejarse.

En la zona de El Piñón, el río Magdalena ha perdido no menos de ocho metros y sigue ganando la inmensa playa que lo separa de los grandes pilotes y barrancos que lo detienen cuando sobrepasa sus propios límites y amenaza con desquitarse con el pueblo.

“Ese río ya no es río…es un pobre brazuelo”, grita uno de los johnseros (piloto de Johnson -transporte fluvial-) intentando retarlo y persuadirlo para que saque fuerzas y recobre su nivel normal. Pero eso no ocurre porque el río lo quiera, es necesario que llueva torrencialmente en su parte más alta para que el Magdalena vuelva a recorrer por todo su cauce; situación que se dilata y se dilata, porque en ‘Niño’ inquieto rompió ese circuito.

CEMENTERIO DE CANOAS
En el puerto de las canoas, lugar al que arribaban normalmente los pescadores con la materia prima para sustentar a sus familias, esas rudimentarias embarcaciones se quedaron solas, porque aquí también los cazadores de peces renunciaron, o quizá se resignaron, y ahora quien tiene la sartén por el mango es la derrota.

Roberto Santamaría, un viejo lobo del río, recuerda con añoranza la existencia hace algunas décadas del brazuelo Mataburro, el espacio ideal para el desarrollo de la pesca, porque era rico en especies que llegaban de la atarraya a la cocina del consumidor final a un precio módico y siempre dejaba ganancias.

El ‘Mataburro’, que servía de gran ayuda no sólo para los piñoneros, sino para los salamineros, pescadores de Cerro de San Antonio, y muchos de otros pueblos del Atlántico, un día dejó de serlo, y desde entonces se llevó parte de las ganas de estas personas y a cambio les dejó un grato recuerdo que sirve de consuelo en épocas tan duras como la actual.

En la orilla, siguen las canoas huérfanas. Algunas de ellas totalmente de llenas de aguas; porque, como si fuera poco, a quienes se han dedicado a la pesca por herencia de generaciones, no sólo deben enfrentar la escasez de agua por estos lares, sino la presencia poco usual pero certera de los amigos de lo ajeno. Cuenta don Roberto, que hace un tiempo llegaron a robarse hasta siete canoas en un solo día. Siete canoas. Increíble. Pero se trata de delincuentes menores que son capaces de robarse las gallinas del patio de su propia casa, con tal de tener diez minutos en su boca, la hierba que en otrora servía para aliviar los dolores, cuando se mezclaba con ron de caña. 

TRASBORDO EN LOS JOHNSONS
El Johnson es el medio de transporte fluvial característico en esta región del Magdalena, para salir de El Piñón hacia algún pueblo del Atlántico, el más cercano es Campo de la Cruz; y hereda el nombre por la marca de motor Johnson, que impulsa a estas canoas, más pequeñas que las chalupas.

La vasta sequía y el 'hilito' en el que se ha convertido el río en este punto, obliga a los pasajeros a hacer un trasbordo en la mitad del río donde hay una extensión de tierra no tan ancha, justo en la línea divisoria fluvial de los dos departamentos.

Esa es otra de las consecuencias del fenómeno más famoso de los últimos años en Colombia, y que termina rompiendo el bolsillo del que menos tiene.

No hay comentarios:

Publicar un comentario