Caminando en el río Magdalena



El fenómeno de El Niño ha impactado tanto a la arteria fluvial que en cuatro puntos de Atlántico se puede atravesar a pie. Un periodista hizo la prueba.


El río Magdalena, la otrora vía de comunicación, arteria comercial y de transporte de productos más importante del país, ha sido reducido a sus niveles más bajos por los ‘caprichos’ de un Niño que se ha prolongado más de lo esperado.

El implacable descenso del caudal ha permitido la aparición de islas y playas en zonas aledañas a los municipios del Atlántico, incluso hay lugares específicos en los que puede caminarse hacia el interior del río.

Para dimensionar el problema, EL HERALDO estuvo en cuatro puntos del departamento para intentar cruzar el Magdalena a pie, o al menos medir cuánto se puede recorrer de esas ‘calles’ subacuáticas (ver infografía).

Suan

El agua se ha alejado unos 100 metros de la costa de Suan. Para poder entrar al río por un sitio seguro hay que caminar a una cuchilla de tierra que hiende la arteria fluvial.

A medida que el agua va cediendo terreno, un “Te amo” escrito en la arena va resecándose hasta formar una costra en el relieve. A su lado están escritos @ZunnyBarrios y frases de canciones en inglés que no logran distinguirse porque la brisa las ha ido llenando con polvo, hasta dejarlas incompletas.

Con la sabiduría de quien antes se ha bañado en ríos, introduzco temerosamente un pie para comprobar la temperatura, pero para mi sorpresa la encuentro provocativamente tibia, complaciente.

A cada paso el lecho del río Magdalena va cambiando de textura. Primero tiene una consistencia firme, parecida a la de las playas del Caribe, pero a medida que se va avanzando se siente más viscoso y va adhiriéndose a la planta de los pies, previniendo al caminante de que en cualquier momento puede resbalar.

Sin embargo, en esa zona del municipio el caudal pasa lento, como si no tuviera prisa por llegar hasta el mar. Esta aparente tranquilidad contrasta con el ímpetu que el Magdalena demuestra cuando está crecido, como en noviembre de 2010 que rompió la carretera que comunica a Calamar (Bolívar) con Santa Lucía.

Como una especie de Moisés postmoderno, voy usando un cayado para tentar el fondo y evitar un infortunado encuentro con una raya (como me advierten los pescadores de la zona) o con un hueco.

Alcanzo a recorrer unos 60 pasos, lo que con un pie de 30 centímetros equivale a cerca de 18 metros, pero la súbita y silenciosa aparición de un gigantesco ‘caimán metálico’ hace que me detenga sobresaltado. Estoy sumergido un metro en el agua y el planchón sigue su lento recorrido a unos 60 metros de mi posición .

Regreso a la orilla. Deivi Ávila, un campesino de 37 años, está sentado en un tronco. Mira con nostalgia el río con el que lleva 35 años conviviendo.

Del cuerpo de agua han sacado su sustento desde hace varias generaciones, pero con la sequía las ganancias del pescado han disminuido, porque —afirma— ya no se consiguen las piezas que sacaban antes, contradictoriamente, se han visto obligados a comprar el producto en Calamar.

“El otro problema es que como no llueve, los campesinos que tienen sus cultivos tierra adentro no han podido sembrar porque no tienen agua con qué regar”, cuenta el campesino que ahora ha tenido que dedicarse a manejar un bicicoche para ganarse unos pesos.

En Bohórquez, un campesino entra a un metro de la orilla, para recoger agua y abastecerse.

Bohórquez

A diferencia de Suan, la población de Bohórquez está alejada del río. Para llegar hasta el cuerpo de agua hay que caminar cerca de un kilómetro atravesando cercas con alambre de púas, sacándole el cuerpo a vacas recién paridas y evitando tropezar con matas de yuca que sobrepasan el metro de altura.

La orilla es irregular, parecida a la de un acantilado, pero con una profundidad de unos tres metros. Bajo hasta el agua por una improvisada trocha que abrió Juan Antonio Villegas, un campesino de 61 años.

Entro al agua y enseguida noto que algo anda mal. En cada pisada los pies se hunden en la tierra y se hace interminable el sacarlos del lodazal que parece se ha formado en el sector.

Solo alcanzo a recorrer un par de metros hasta que la desesperación y el cansancio me obligan a desistir de mi intención. Me quedo sumergido 70 centímetros por un par de segundos hasta que vuelvo a tomar fuerzas para luchar contra lo que parece una trampa de arenas movedizas.

En la orilla Villegas parece divertido con la torpeza de un citadino intentando enfrentarse a lo que él vive a diario. Cada mañana hace seis viajes con dos tanques de 5 galones para aplacar la sed de sus reses y regar las yucas, que ya están próximas a recogerse.

“El verdadero problema lo tenemos en el pueblo donde el agua llega dos o tres veces a la semana, unas pocas horas. Lo peor es que no está bien tratada y en los baldes siempre quedan residuos de tierra”, afirma el campesino vaciando el contenido de un calambuco en un abrevadero.



Vista aérea del brazo del río Magdalena. Puerto Giraldo capta el agua en esta zona

Puerto Giraldo

A 800 metros de la ribera original está un brazo del río Magdalena en Puerto Giraldo. Los moradores conocen la distancia exacta porque esos son los metros de tubo que instalaron para poder captar agua de la arteria fluvial con una barcaza.

En el recorrido hasta “la playa” hay que atravesar un maizal de cerca de 1,80 metros de alto, pero que aún no muestra señales de dar mazorcas. Desde un montículo se alcanza a divisar el río calmado.

En la orilla hay un grupo de niños que se divierte haciendo maromas y chapoteando sin saber que son observados por Solís Álvarez. El operario del acueducto comunitario (Acompugir) ha escuchado las quejas de varios vecinos del pueblo, en jurisdicción de Ponedera, que alegan que captar el agua en el mismo sitio que se ha convertido en balneario.

Sin embargo, el verdadero problema está en el bajo nivel del brazo del río. Desde diciembre del año pasado han tenido que mover la barcaza cuatro veces. La peor emergencia la tuvieron a principios de enero cuando en una noche el río bajó tanto que la barcaza quedó atollada en un lodazal y el pueblo estuvo casi una semana sin agua.

“Si esto sigue así vamos a tener que buscar más tubo para sacar la barcaza hasta el río”, afirma el operario.

Tomo la senda al río. Introduzco cuidadosamente un pie y encuentro el líquido frío. El fondo es extrañamente duro, resistente pero irregular. En tramos el agua pasa la rodilla y al paso siguiente sobre pasa el ombligo por una depresión.

Álvarez acompaña mi travesía.Damos unos 600 pasos que equivalen a unos 180 metros y cerca de 30 nos separan de la otra orilla para cruzar una pequeña isla que nos llevará hasta el río. Sin embargo empezamos a sentir que los pasos se ralentizan, que el cuerpo debe hacer más fuerza para avanzar.

El motivo es una fuerte corriente que nos empuja, nos atemoriza ante la fuerza desconocida que esconde y nos obliga a desistir.

Barranquilla

La presencia del río Magdalena en Barranquilla contrasta con el de los otros lugares por un fuerte olor a descomposición.

En la orilla del malecón de la Avenida del Río se descomponen troncos de árboles. También hay basuras, llantas y tarullas. Nada demuestra más la afirmación de que el Magdalena es el botadero del país que caminar por ese paseo.

En uno de los muelles se encuentra un pescador que lucha contra el viento para recoger un nailon. Jhonny Orellano afirma llevar 20 de sus 46 años pescando y no recuerda una situación tan dura para atrapar algo, como la que se está viviendo.

La separación del muelle da unos cuatro metros y la altura del agua es de un metro en esa zona. El agua no me da confianza como para meterme.

El experimento demostró que el bajo nivel del río, que el pasado 30 de enero estaba en 1,39 —según la medición de la estación de San Pedrito en Suan— permite que se presenten este tipo de situaciones, como la de caminar por el lecho del río Magdalena, así sea por unos pocos metros.

La cuña salina

El ingeniero Manuel Alvarado explicó que el bajo caudal del Magdalena está generando que el mar esté entrando al lecho del río. Este fenómeno natural que se presenta en los estuarios (zonas de desembocadura de ríos) se conoce como cuña salina.

“Cuando el torrente tiene más de 5.000 metros cúbicos por segundo no permite que entre la cuña salina. Pero cuando tiene menos de esta cantidad, entra por debajo del lecho del río. A medida que disminuye el caudal del río, la cuña sigue progresando”, explica el ingeniero.

En sus cálculos, Alvarado considera que en este momento el río puede tener un caudal de entre 1.500 y 2.000 metros cúbicos por segundo. “A falta de verificación, la cuña debe estar llegando a Riverport, pero hay que hacer unos análisis para verificarlo”, agrega el experto.

La preocupación de esta progresiva entrada del mar es que se ven afectadas las bocatomas para la captación de agua, en particular la de Puerto Colombia y la zona industrial.

“Para el consumo el agua se vuelve salobre, la estación de bombeo chupa el agua marina. Este líquido no se puede usar para consumo humano, sí para bañarse, lavar baños. Además que el gusto es desagradable porque está salinizada”, manifiesta el ingeniero Alvarado.

Por último, sobre la bocatoma del acueducto de Barranquilla, indica que el peligro es mínimo porque cerca del Puente Pumarejo hay una barrera de roca en el lecho. “Además históricamente este fenómeno no ha llegado hasta la bocatoma del acueducto de Barranquilla, aunque hay que hacer una medición”, finaliza.


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